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Renace un proyecto con robots y ceibalitas

 
Fecha: 18/09/2018
 

El proyecto Python Joven, que enseña a programar a estudiantes de Ciclo Básico en San José, volvió este año con el aporte y el ejemplo de dos de sus más destacados "egresados".


Por: Bruno Scelza (El País)

Desde fuera parece un liceo más de una tranquila ciudad del interior, en una mañana silenciosa. Al entrar, cambia todo: lo primero que veo es a dos adolescentes armando robots Lego NXT. Son Ezequiel Pereira y Cristian García, ganadores del concurso Google Code-In en 2015 y 2016, respectivamente. Uno es de Montevideo, el otro vivió toda su vida en San José y estudió en el liceo de Villa Rodríguez, donde nos encontramos ahora.

Lo que tienen en común es que, años atrás, comenzaron a aprender programación a través del lenguaje Python, al integrarse al proyecto Python Joven, que estuvo a cargo del docente Flavio Danesse hasta 2015. Ahora, tres años después del final, el proyecto se retoma con alumnos de primer año de liceo. Pereira y García, los liceales que empezaron a programar con sus ceibalitas en 2012 y hoy son estudiantes de la Facultad de Ingeniería (FING), están a cargo del taller de robótica.

Cuatro alumnos que salieron de Python Joven ganaron el concurso de Google en cinco ocasiones. Entrevistado en 2017 por El País, Danesse contaba que el proyecto había llegado a su fin debido a la falta de apoyo institucional. Un año después, el docente se enmarca en el relanzamiento de esta iniciativa, que "no es un grupo donde se enseña a programar, es un grupo donde el objetivo es que salgan hechos unos cracks en programación".

Este año, Python Joven obtuvo el apoyo de la dirección del Liceo N° 3 en la capital maragata y del de Villa Rodríguez. También recibió 30 computadoras del Plan Ceibal, que se suman a las 10 con las que ya contaba. Se hizo un llamado abierto a jóvenes de primero de liceo para participar y después del Mundial se empezó con 74 alumnos. Hoy quedan 16: nueve del liceo N° 3, cuatro del de Villa Rodríguez y otros tres que se unieron a través de internet: uno de Libertad y dos de Montevideo. Así como en 2017 Python Joven era cosa del pasado, en 2018 tiene planificado un itinerario hasta 2020. "El grupo ya no es un experimento, como en su origen. Tenemos bien claro cómo se hace, cuáles son los pasos a seguir y los problemas. Nunca estuvo tan bien organizado como ahora. Tenemos direcciones y funcionarios de los dos liceos que apoyan mucho", cuenta Danesse con orgullo.

En un salón amplio y frente a una pantalla, Danesse da algunas indicaciones a los alumnos de primer año que asistieron al encuentro. En determinado momento, da una orden y los vestigios que mi cabeza de millennial asocia al siglo XX y la primera década del XXI desaparecen por completo: el sonido de las cuadernolas abriéndose al compás no se escucha. En cambio, se oyen 16 ceibalitas que se abren y sus pantallas que se encienden.

Historias mínimas.

Verónica, la adscripta del Liceo N°3, condujo su auto desde San José a Villa Rodríguez detrás del ómnibus en el que iban los adolescentes de su institución, atenta a que nadie se bajara en la parada equivocada. Allí, su grupo se unió al de Luz Peraza, que en 2013 como subdirectora del liceo de Villa Rodríguez conoció de primera mano el proyecto de Danesse. Al tomar la dirección este año, decidió apoyarlo en su reinicio. "Hasta los papás están sorprendidos de la dedicación que tienen en la casa", me dice Luz, y añade que "de a poco se empieza a entender más, por parte de la institución educativa, la relevancia que tiene plantear un proyecto para trabajar diferente y romper con la currícula".

Es Luz quien me cuenta que Python Joven fue una verdadera "oportunidad en la vida" de Cristian García y su familia. Se lo pregunto a la madre, Sara, y me lo confirma. De origen humilde, tuvo cinco hijos y cuando Cristian tenía 11 meses, el papá del joven falleció. Desde entonces, Sara, en soledad y solo con "una rentita" y la pensión por la muerte de su esposo, se hizo cargo de la familia. "Python Joven le abrió muchos caminos a Cristian, al punto que él está estudiando ingeniería en computación en la FING, está trabajando en una empresa de software y pudo participar en el concurso de Google", cuenta la mujer, que reconoce que antes de viajar a Estados Unidos para acompañar a su hijo "no me había hecho la idea ni de acercarme a un avión". Para Sara, "si uno les inculca que pueden llegar a salir adelante, pueden hacerlo", que recuerda que Cristian siempre fue "un excelente alumno" y "un chiquilín curioso" al que "cuanto más difícil era la tarea", le resultaba "mejor".

                            

Durante una pausa en el armado de los robots, le pido a Cristian para conversar. "Python Joven representa el hecho de que esté acá. Probablemente, nunca hubiera visto el tema de la programación, quizás hubiera hecho algo relacionado con la informática, pero no hubiera sabido lo que era la programación. Ahora estoy trabajando en base a Python porque estuve en Python Joven hace años".

Cultura hacker.

Ezequiel Pereira dice que "todos aprendemos en Python Joven, no solo los chicos. Cristian, Flavio y yo aprendemos también, muchas veces los chicos nos muestran cosas que no sabíamos y nos terminan enseñando ellos a nosotros. No solo somos Flavio, Cristian o yo los que enseñamos, los chicos también se enseñan y aprenden entre ellos".

Eso es parte de las premisas de la ética hacker en la que se basa la comunidad de software libre que se pretende construir a través de Python Joven, una cultura que está muy alejada de la imagen del cibercriminal que roba datos y traspasa las barreras de seguridad informática de los gobiernos en las películas.

Danesse señala que "no se puede retacear en eso, no se comercializa el conocimiento. Entre todos aprendemos, entre todos compartimos y entre todos nos tratamos bien. El que viole esas normas básicas, no debe estar en el grupo", explica y añade que la mejor forma que tiene un adolescente para demostrar que tiene interés es a través de sus errores: "Si trata de hacer las cosas, se equivoca, le cuesta, pero está demostrado que quiere aprender".

Cristian y Ezequiel toman los robots que terminaron de armar, le entregan uno a cada alumno, se presentan y comienzan el taller, ante la mirada de la inspectora de Informática de la zona, que quiso conocer de primera mano el proyecto. Danesse se aleja y me ceba un mate mientras le pregunto por la inclusión de la robótica en el proyecto. "Siempre estuvo, pero no está directamente vinculada a mí, porque no sé nada de electrónica, entonces siempre busqué que otros trabajen esa parte. En la generación anterior teníamos catedráticos y estudiantes de la FING, integrantes del Proyecto Butiá trabajaban con ellos. Ahora, les pedí a los de la generación anterior que sean ellos los que se dediquen a la parte de robótica. Ellos armaron los talleres". Él espera que Python Joven ayude en las materias del liceo ("Van a aprender inglés o matemática porque quieren programar) y que sus nuevos alumnos "se decanten hacia lo que más les interesa: desarrollo web, robótica, hacking, sistemas operativos. Si ganan un concurso o no, es anecdótico".

Mientras tanto, en el amplio salón que se encuentra subiendo las escaleras, Cristian y Ezequiel, para quienes el futuro llegó hace rato, les cuentan a los alumnos de primero que se podrán llevar los robots a su casa.